MUSEO CASA DE LA MONEDA
DANZAD, DANZAD, BENDITOS
En 1969, Sidney Pollack dirigió una película (la más nominada de la historia del cine) que se basaba en el libro de Horace McCoy They Shoot Horses, Don’t They? (¿Acaso ellos no disparan a los caballos?...), y que fue traducida al español con el título Danzad, Danzad, Malditos, aunque también conocida en Hispanoamérica como El Baile Interminable o El Baile de las Ilusiones. En ella, dirigiendo a la siempre joven Jane Fonda, a quien acompañaba en el reparto el actor Michael Sarrazin, Pollack recrea vamos a permitirnos este verbo, aunque no sea el más adecuado para hablar del inmenso drama de la Gran Depresión norteamericana
de los años 30… el ambiente de miseria y desesperanza de una época en la que unas personas se convierten a la fuerza en bailarines maratonianos, con el único fi n de conseguir el premio de 1.500 dólares que les permita comer y dormir calientes al menos unas pocas noches, en tanto que una multitud divertida y alegre (aunque vacía y sin valores) contempla morbosa el espectáculo de quienes sufren y se humillan en público por la mera supervivencia.
Estoy completamente seguro de que quienes dieron ese título a esta famosísima película no conocían ni a Enrique Jiménez Carrero ni su obra. Porque, de haberlo hecho, habrían visto que la danza (sea cual sea su versión artística, incluso la más pesimista) no admite nunca visiones denigrantes sino siempre mágicas y sublimes.
Enrique Jiménez Carrero ha sido toda su vida un enamorado de la danza. Y, por serlo, así lo ha reflejado muy a menudo en sus cuadros, plenos de color y sensibilidad. Y no solo en aquellos en los que la danza se manifiesta clara y palpable en las imágenes por él pintadas, como en estos cuadros de la serie La Vida en Danza, sino en muchos otros más, en los que manos y cuerpos bailan y se mueven cadenciosamente (solo se necesita cerrar un poco los ojos para verlo) al arrullo de una música invisible que, sin nosotros quererlo, engalana nuestro ánimo, y somete nuestra mente y nuestro espíritu.
El color rojo en el que Jiménez Carrero baña hoy los fondos de su pintura nos permite abandonarnos a la melancolía, en una combinación suave de emociones y sentimientos, solamente creíble desde esa maravilla combinada (reservada para aquellos tocados por la mano de los dioses) de la danza con la pintura.
David Pérez